Llegó


Llegó. Llegó la primavera. Eso, al menos, es lo parecen decir las plantas de mi terraza, que están contentas. Felices de formar parte de los supervivientes. Felices y contentas de haber podido superar de un salto los -6ºC que respiraban. Eso es lo que me han dicho el lilo, las azaleas, las hiedras, la hierbabuena, las calas, el ciclamen y las adelfas después del funeral de urgencia que tuvimos que organizar a las petunias, los geranios y el jazmín.

Y para celebrarlo (las pérdidas, no, la llegada de la primavera) os dejo unas líneas que escribí el otro día para participar en un concurso por el Día Mundial Forestal.


Ante mi mirada

Cuando yo nací, hacía años que mi abuelo lo había plantado. Mi madre lo regaba todos los veranos, mi padre lo podaba cada febrero y mi hermano lo marcaba con su navaja siempre que cambiaba de novia.

Pero lo que nadie supo nunca fue que aquel tilo inmenso que se alzaba ante mi ventana era para mí: escondite de secretos infantiles, universo de mi mundo imaginario, soporte de mis desvelos juveniles, escalera de aventuras nocturnas, disfrute de alegrías y refugio de fracasos; que fue barco y avión, submarino, plataforma petrolífera y globo sonda; isla de piratas, selva americana y volcán en el Pacífico; cobijo de náufragos, templo abandonado y cueva de ladrones; que fue nido de águilas y casa de tucanes.

Lo que nunca supo nadie fue que aquel árbol que se erguía en el jardín de la casa familiar era, en realidad, mi hogar.